Incentivar a los trabajadores para motivarlos es ver el hombre como una rata en una caja de Skinner.
Se le dispone con hambre en una caja y para conseguir la comida, tiene que activar la palanca.
La comida se ha extendido a otras recompensas: dinero, ascenso, viajes, y otros incentivos; la palanca tiene forma de torno, de teclas de ordenadores, de discursos de venta o de cargas de camión, pero siguen siendo palancas para conseguir comida.
El sistema funciona cada vez menos, los resultados son cada vez peores y la implicación de los trabajadores ha bajado a niveles históricos.
Y en lugar de replantear el sistema, los figuras del management imaginan otras presentaciones para la comida, nuevas maneras ingeniosas con la esperanza de incentivar el hombre a activar tontamente sus palancas, sin sentido ni aportación al desarrollo personal.
Lo describió muy bien Paul Watzlawick: cuando se demuestra que una solución no funciona se aumentan las dosis (sic). Pero seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes es una locura. Esto lo dijo Einstein.