Si sólo se necesitara una prueba de que algo va mal en el campo del management de personas, bastaría para concienciarse de la magnitud del problema el observar la cantidad de nuevas soluciones alternativas que van surgiendo como setas después de la lluvia.
No obstante, veo un enorme fallo en todas las propuestas de solución o mejora que van apareciendo, es que todas procuran descargar la responsabilidad tanto del problema como de las soluciones en las personas.
Talento, miedo, mentalidad, implicación, motivación, liderazgo tipo tal o tipo cual, necesidad de cambio, remuneración vinculada con la rentabilidad, todas las alternativas recaen en personas.
Y estoy convencido de que es un craso error, porque el problema no es de las personas, sino de la organización – del modelo organizativo más exactamente. Todos estos cambios que se pretende que realicen las personas son paliativos para evitar cambiar un sistema organizativo que es el auténtico responsable de nuestra dañina situación, debido a su inadaptación a la realidad económica, social, tecnológica y cultural en la que estamos inmersos.
Algunos podrán objetar que la Organización es un ente abstracto e incorporal, y que si las personas que lo conforman cambian, la Organización cambiará. Pero no es cierto. Son varios los casos en los que una Organización adquiere una personalidad propia y transcendente. Es el caso de la Iglesia, del Estado, de la Cruz Roja, y de muchas instituciones. No suele ser el caso de la mayoría de las empresas, pero sí del Management que se ha convertido en toda una doctrina, y cuyas “Verdades” deben ser preservadas porque (se supone) están por encima de las personas que lo sirven. Salirse de estas verdades canónicas resulta extremadamente difícil porque el modelo organizativo es tabú.
Muchas de las soluciones propuestas – no todas desde luego – tienen puntos positivos, buenas intenciones y algunas integran elementos muy importantes. Pero tropiezan y seguirán tropezando con una armadura oxidada que impide que puedan funcionar.
La Organización exalta el cambio y lo exige del personal, pero se aferra con tenacidad a sus dogmas fundamentales que se niega a replantear. Cambiar el color de las cortinas, redecorar los pisos, dar clases de comunicación a los vecinos y al conserje: sí, pero admitir que la finca tiene aluminosis: ¡ni hablar!